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La mayoría de los habitantes europeos eran cristianos. Todos ellos formaban lo que se conocía como la “cristiandad” y la Iglesia mantenía su unidad. Además del cuerpo de creyentes, la Iglesia estaba integrada por el clero, que incluía al papa, cardenales, arzobispos y obispos, abades, sacerdotes, frailes, monjes y monjas. Se consideraba que el conjunto del clero actuaba como guardián de la fe. El papa se reservaba el derecho de excomunión, es decir, la posibilidad de declarar que alguien quedaba por fuera de la cristiandad y no podía recibir los sacramentos. La Iglesia marginaba y excluía a otras religiones, como el judaísmo, y luchaba abiertamente contra el islam. Desde el siglo XI, el Papa, con apoyo de los señores feudales, emprendió la reconquista de la península ibérica que se encontraba bajo el poder de los califatos musulmanes. Lograron conquistar el total de la península recién en 1492 d. C. y la mayoría de los musulmanes fueron expulsados de las tierras.

Además, entre los siglos XI y XIII, los diferentes papas organizaron “las cruzadas”: expediciones armadas con el fin de reconquistar Jerusalén, en Palestina. Muchos cristianos participaron de las cruzadas motivados por la fe, pero estas campañas también crearon oportunidades para que los caballeros saquearan poblaciones y entraran en guerra. Los cristianos lograron conquistar Jerusalén durante algún tiempo, pero la perdieron de nuevo ante los musulmanes en 1291 y las cruzadas finalizaron.


Además, la Iglesia cristiana perseguía a los que consideraban herejes; es decir, a aquellos que interpretaban la fe religiosa de una manera distinta a la respaldada por la Iglesia. Con tal objetivo, en el siglo XII la Iglesia creó la Inquisición: un tribunal eclesiástico que estaba encargado de detectar y condenar a quienes practicaban la brujería u otras herejías. Las condenas del tribunal de la Inquisición podían ser muy duras: desde torturas hasta muertes en la hoguera.

Estructura religiosa


La Iglesia reclamaba para sí la autoridad divina, recibida a través de Jesucristo quien, según la Biblia, designó al apóstol Pedro como “la piedra sobre la que construiré mi iglesia”, a quien entregó las llaves del reino de los cielos (Mateo 16:18-19). Pedro era considerado, por tanto, como el primer papa, la cabeza de la Iglesia, y todos los demás como sus sucesores, dotados con la misma autoridad divina.

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