
#Educacin
El niño comienza su derrotero por el campo del conocimiento; no lo hace solo, no existe hoy posibilidad para la mente en blanco, pues los estímulos con que inicia su escolarización son vastísimos.
Sería redundante reflexionar aquí acerca de la visión del mundo que ya lo condiciona desde sus primeros años a través de la cultura del oído y de la imagen; y no menos redundante, señalar su dudoso contenido, su esquema simplificado –cuando no subvertido- de la realidad.
Frente a estímulos existentes y difícilmente rebatibles, podemos ofrecer, como una propuesta más en la pluralidad, un camino educativo que incorpore la poesía, en tanto visión y celebración de las cosas. Que el niño no carezca de la posibilidad de escuchar, también, aquello que se funda en la armonía y apunta a la belleza como gozo de lo perfecto, además de recorrer las otras formas de relación estética con el mundo, que voluntaria o involuntariamente se le presentarán. Se trata de dar la opción de un antídoto que introduzca a una perspectiva del mundo desde la eternidad, y que brinde un horizonte donde la belleza y el misterio se aúnen en la voz privilegiada del poeta.
Ofrezcamos, entonces, un cayado para recorrer del mundo, mundo que primero habitarán nuestros niños y luego refundarán como hombres, en la contemplación o en la acción. El cayado de la poesía como perspectiva posible que contrapese las otras sendas del ruido, la ideología o la trivial moda. Develarle al hombre en crecimiento que, antes de la realidad virtual, hay una realidad simbólica que puede intuir.
Un modo de evangelizar la cultura supone reformular las áreas del saber, para que orienten hacia la paulatina percepción de un fundamento trascendente en el orden natural; el pragmatismo de los contenidos, el exclusivismo de los métodos, son desorientadores. ¿De qué podría servir la estrategia brillante de transmisión de un conocimiento cuando la substancia a comunicar es vacua, ambigua o insignificante?
El arte es eficaz instrumento para tal reformulación, al orientar la sensibilidad hacia la belleza, la inteligencia hacia la verdad, creando en el alma del hombre la nostalgia de un bien siempre mayor, de Dios mismo.
Las muchas dificultades de enseñar poesía...
En una sociedad que renuncia a diario a su racionalidad –y, por ende, a su lenguaje humano- que propende la simplificación instintiva, cuyas expresiones estéticas son un reflejo del sistema de poder, y la consagración artística respeta las leyes del marketing, la aparición de ideas independientes es condenada por sospechosa; en este contexto, la poesía sencilla, pero tradicional, es un raro vestigio de épocas y mentalidades arcaizantes.
Enseñar poesía ha quedado perimido con los magníficos mecanismos de actualización, interacción, transversalidad y virtualidad, según nos informan los medios masivos. Hoy se reemplaza el verbo “educar” por el de “capacitar”, y para capacitar, es natural, hay que responder a las urgencias de un presente que exige respuestas eficaces al mundo laboral y subyuga con mensajes de placer insaciable. En ambos casos, opresiones a la libertad. Bueno, es obvio que la poesía no sirve afortunadamente para ninguno de estos dos mandatos.
La poesía, en su noción más absoluta, la de “poesía pura”, que está en la base de toda variante lírica -con su manifestación penetrante de las cosas- tiene un don de gratuidad que no se interpreta ni agota. Recordemos que “poesía pura” es ni más ni menos que palabra, expresión de la inteligibilidad humana, y palabra, al decir de Martín Heidegger es “la morada humana del ser”.
¿Dónde habitamos en forma perfecta, sino en nuestras palabras? ¿Dónde buscar lo que somos, sino en nuestro lenguaje? ¡Qué valioso fermento para un niño proveerlo de un horizonte de palabras!
...o la facilidad de enseñar poesía en la infancia
Nada más natural que enseñar poesía en la infancia; de hecho, la primera relación del niño con el mundo puede ser lírica: las nanas, los arrullos, el canto materno en las largas horas de la noche están poblados de pequeños y claros poemas, puro ritmo y melodía, que buscan transmitir una armonía necesaria para que el bebé duerma o se serene, en todo caso, esté en consonancia con el mundo.
En los primeros años la convivencia con lo bello –sustancia de la poesía- permitirá atisbar al niño un orden en las cosas, una armonía en la realidad, que será conducente hacia la intuición de un orden superior.
La poesía para el niño no debe ser teórica, ni abstrusa, ni hiper-simbólica; debe surgir de una cosa, de cualquier cosa simple que él reconozca y desde allí, crecer hacia su conexión con todo el orden de la realidad. Los grandes poetas saben que no hay cosas-palabras triviales, que todo puede ser poético. En el “puede ser” hace falta, justamente, la acción superior del buen artista.
Sólo el verdadero poeta puede efectivizar esa transición entre el objeto material –en tanto excusa para la experiencia poética- y esa nueva criatura de la expresión, que es el poema.
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