La orquesta estaba compuesta por músicos de diferentes edades, culturas y estilos. Algunos eran virtuosos experimentados, otros, jóvenes promesas con mucho talento pero poca experiencia. El director, un hombre apasionado y enérgico, creía que la diversidad era un tesoro que enriquecía la música.

Su objetivo era crear una sinfonía que reflejara la belleza de la diferencia, donde cada instrumento, cada voz, aportara su singularidad al conjunto. Para lograrlo, fomentó la cooperación entre los músicos, animándolos a escucharse, a aprender unos de otros, a fusionar sus estilos en una melodía armoniosa.

Cuando llegó el día del concierto, la orquesta estaba lista. La sinfonía resonó en el teatro con fuerza y emoción, uniendo a todos en una experiencia única. La cooperación había transformado la diversidad en una obra de arte que celebraba la singularidad de cada individuo, descubriendo lo que realmente valían.


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