La lluvia caía con furia sobre la mansión Varela, una antigua edificación victoriana enclavada en las afueras de la ciudad. Su estructura imponente, con columnas griegas y ventanas de cristal emplomado, había estado vacía durante años, pero esa noche se llenaba de murmullos y pasos apresurados. La familia Varela había desaparecido sin dejar rastro hace más de tres décadas, y desde entonces, la mansión había sido un sitio temido por los locales. Nadie se atrevía a acercarse.

Solo un hombre se encontraba esa noche en su interior: Martín Sanz, un detective privado que había sido contratado por una mujer desesperada. Ella decía ser descendiente de los Varela, y había solicitado su ayuda para resolver el misterio de la desaparición de su familia. Las autoridades nunca encontraron una pista sólida, y la mansión, con sus habitaciones desordenadas y sus pasillos oscuros, parecía estar guardando secretos demasiado oscuros para ser revelados.

Martín había pasado horas inspeccionando la mansión. Desde el vestíbulo, con su enorme espejo de marcos dorados, hasta la biblioteca polvorienta que olía a madera antigua. No había señales de que alguien estuviera allí, pero algo le decía que no estaba solo. Había una extraña sensación en el aire, como si los muros de la mansión susurraran historias olvidadas.



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